Los mecanismos de defensa son estrategias psicológicas que utilizamos de forma inconsciente y que nos permiten enfrentar la realidad y mantener nuestro equilibrio psicológico y nuestra autoimagen, generalmente ante eventos vitales muy estresantes. Así se logra evitar el malestar emocional, la angustia, que nos suponen esas situaciones no deseadas.
Estas «defensas» suelen estar muy ligadas a vivencias ocurridas durante la infancia de manera que en cada persona serán más recurrentes unas estratagemas u otras dependiendo de su «herida emocional», de las experiencias que haya atravesado. También se hacen presentes cuando nuestra psique cree oportuno protegerse ante determinados impulsos (instintos) que se pueden juzgar de forma consciente como inadecuados.
Tipos de Mecanismos de defensa.
Hay diversos mecanismos que pueden activarse ante una situación que amenaza el equilibrio psicológico de una persona, incluso puede ocurrir que se activen varios simultáneamente. Algunos de los más representativos son:
-Proyección: atribuir a otras personas nuestros propios sentimientos, pensamientos, deseos y emociones. Este mecanismo se puede volver patológico cuando la persona atribuye al exterior aquellos deseos y comportamientos que no acepta en sí mismo, cuando una persona se niega algo a sí misma para atribuírselo a los demás y necesita controlar esa negatividad, no sólo rechazándola, sino achacándoselo al otro para «condenarle» sin juzgarse mal a sí mismo. Por ejemplo, ante una estafa, culpar a las víctimas por su ingenuidad en vez de responsabilizarse de la intención de engaño.
-Regresión: regresar a conductas infantiles para buscar seguridad, soluciones y satisfacción. Se trata de unos de los mecanismos más frecuente. La capacidad de resistencia de la persona y la magnitud de la experiencia angustiante determinará la intensidad de esta retirada a etapas evolutivas anteriores. Por ejemplo, problemas en la edad adulta de control de esfínteres.
-Negación: negarse a reconocer que un suceso ha tenido lugar, de rechazar un hecho real para limitar los daños psíquicos que la aceptación acarrearía; por ejemplo, negar la muerte de un ser querido durante un largo periodo de tiempo tras su fallecimiento.
-Identificación o introyección: adoptar las características de alguien o algo a lo que damos cualidades ideales; asimilar en el propio «yo» algo desde el exterior y hacerlo propio. En su forma más leve puede implicar la identificación con una persona a la que se idealiza y adoptar algunas características que le son propias sin más riesgo; en un caso extremo puede conllevar una depresión cuando el modelo está demasiado idealizado y ante un problema o dificultad, la persona no es capaz de realizar lo que imagina en su ídolo.
-Formación reactiva: expresar ideas y emociones opuestas a nuestras creencias, valores y sentimientos ante algo impropio, prohibido, inaceptable. El contenido rechazado queda más allá de la consciencia y surgen comportamientos conscientes reactivos (por ejemplo, en un Trastorno Obsesivo-Compulsivo). Toda la personalidad se ve afectada por este mecanismo que implica mantener comportamientos rígidos y cierta incapacidad para adaptarse al entorno cambiante, por ejemplo, mediante una actitud moralista e intolerante en respuesta a un deseo sexual «eliminado» (por considerarlo conscientemente inadeacuado) para uno mismo.
-Sublimación: transformación de deseos inconfesables en intereses y actividades socialmente aceptadas. De todos, el mecanismo más común. En este no se niega el deseo que se quiere satisfacer, que de hecho se satisface con efectos positivos para la persona; por ejemplo, ante fuertes impulsos violentos socialmente no aceptados, un individuo podría practicar esgrima para asimilar de forma efectiva ese impulso.
Motivo de terapia.
Estos mecanismos sólo se consideran patológicos cuando abusamos de ellos (a veces por su utilidad para no responsabilizarnos de nuestros actos o alguna parte de nuestra personalidad o comportamiento que nos desagrada) o cuando son excesivamente rígidos (no contemplamos la posibilidad de trabajarlos para poder flexibilizarlos o minimizarlos y enfrentar la realidad, lo cual puede empeorar la situación).
Aunque cumplan una función protectora ante situaciones especialmente desagradables, limitan nuestro autoconocimiento y crecimiento personal por lo que son muchas veces objeto de un tratamiento psicológico.